martes, 3 de julio de 2018

Tercera sesión de Las brujas de Salem



Considero que la razón por la que el reverendo cree que Proctor es dañino, en el fondo, tiene que ver con el hecho de que no se comporte de acuerdo a sus estándares, su visión, su forma de ver el mundo, como se tendrían que comportar los buenos según su sesgo. Lo anterior ha generado que ambos personajes se detesten, que el ambiente se ponga tenso cuando se encuentran.

Las pruebas en su contra por las que se acusa a Proctor son: atacar al tribunal, ser dañino, no ir a la iglesia todos los domingos, arar la tierra los días de descanso, no conocer al pie de la letra las sagradas escrituras; lo que, de acuerdo a los estándares de “buena persona” de aquella época (marcados por la religión y el oscurantismo), hay que destacar, merece ser castigado.

Hay que tener en cuenta que las personas juzgamos a otras por lo que hacen (si vemos  que alguien tira basura, de hecho, lo consideramos un cerdo), por lo que nos hacen (si alguien nos asalta, en automático, lo consideramos una rata asquerosa, un paria, una lacra de la sociedad), por lo que asumimos que nos hacen (si alguien comenta o escribe sobre determinado tema, muchas veces no lo tomamos personal).
Así pues, creo que la mejor manera de juzgar a los otros, siempre y cuando respeten las reglas de convivencia, muestren rasgos éticos, es conocerlos en primera instancia, vivir y dejar vivir, respetar la otredad, centrarnos en los puntos en común.  

Vale la pena decir que cuando en determinada sociedad se mezclan las leyes y la religión, es muy probable, que se disparen los abusos, que se realicen toda una serie de detenciones y acusaciones arbitrarias, motivadas por la venganza, por la envidia, por el rencor, para sacar algún provecho, para tener el control. Derivando en una fragmentación del tejido social, generando enojo ante los abusos, revueltas. Aunque nos suene distante lo anterior, de hecho, en algunos países y poblados se sigue implementando estas mezclas aún.
Ahora bien, la mejor forma de apoyar o desacreditar una ley, idealmente, tendría que ser con datos, con información robusta, no con ideas sesgadas de la religión.  

Ni Danforth, Parris, Hale, Hathorne, son buenos jueces, según mi percepción, ya que más que juzgar hechos, bases solidas, datos duros, se valen de interpretaciones de ideas, de confesiones sin sustento, de acusaciones truqueadas, visiones sesgadas, de la religión, para “resolver” los casos. Más que brindar justicia, en pocas palabras, son ejecutores.

Hay que tener en cuenta que Parris llora porque en el fondo de su mente, de su ser, sabe que sobre su cabeza hay sangre de inocentes derramada. La culpa vuelve una y otra vez para recordárselo y atormentarlo. Sin olvidar, claro, que a raíz de lo anterior dicho, su vida corre peligro, ya que varias personas lo señalan como uno de los ejecutores. El miedo es capaz de destruirte lentamente.

Con respecto al porqué Proctor no quiere firmar, tiene que ver con que al hacerlo, un hombre que es respetado en el pueblo, estaría aceptando que los demás condenados son culpables, cuando él sabe que son inocentes y que, muchos de ellos, fueron acusados por viejas cuentas, para quedarse con sus terrenos, como venganza. Además de que al firmar, por cierto, estaría legitimando el proceso arbitrario y sin sustento de las ejecuciones, estaría dándoles la razón a los ejecutores.


Las brujas de Salem

El texto que leímos en esta ocasión retrata la forma en que las personas, las sociedades, los grupos de poder, suelen realizar acusaciones y detenciones arbitrarias, movidas por la venganza, el rencor, la intolerancia, el racismo, el clasismo, el odio, por ser diferentes, para callar. Y como ante tales circunstancias las personas, muchas que se autodenominan buenas, se aprovechan para sacar ventaja o, simplemente, callan ante tales abusos.
Asimismo, la obra, en el fondo, retrata como las personas se mueven en el mundo, mundo de tiempos cambiantes y de arenas movedizas, utilizando mascaras de acuerdo a la situación. Ante los demás se muestran como seres rectos, elevados, virtuosos, pero cuando nadie los ve, los conoce, cuando se presta la ocasión, sacan a relucir su parte más visceral, su parte más negativa, su parte más obscura. Por ello, quizá, cuando alguien proclama la frase “somos más los buenos” suelo reírme amargamente, porque sé que es una mentira, porque he visto, porque conozco nuestra naturaleza.






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