Considero que la razón por la que el
reverendo cree que Proctor es dañino, en el fondo, tiene que ver con el hecho
de que no se comporte de acuerdo a sus estándares, su visión, su forma de ver el
mundo, como se tendrían que comportar los buenos según su sesgo. Lo anterior ha
generado que ambos personajes se detesten, que el ambiente se ponga tenso
cuando se encuentran.
Las pruebas en su contra por las que se
acusa a Proctor son: atacar al tribunal, ser dañino, no ir a la iglesia todos
los domingos, arar la tierra los días de descanso, no conocer al pie de la
letra las sagradas escrituras; lo que, de acuerdo a los estándares de “buena
persona” de aquella época (marcados por la religión y el oscurantismo), hay que
destacar, merece ser castigado.
Hay que tener en cuenta que las
personas juzgamos a otras por lo que hacen (si vemos que alguien tira basura, de hecho, lo
consideramos un cerdo), por lo que nos hacen (si alguien nos asalta, en
automático, lo consideramos una rata asquerosa, un paria, una lacra de la
sociedad), por lo que asumimos que nos hacen (si alguien comenta o escribe
sobre determinado tema, muchas veces no lo tomamos personal).
Así pues, creo que la mejor manera de
juzgar a los otros, siempre y cuando respeten las reglas de convivencia,
muestren rasgos éticos, es conocerlos en primera instancia, vivir y dejar
vivir, respetar la otredad, centrarnos en los puntos en común.
Vale la pena decir que cuando en
determinada sociedad se mezclan las leyes y la religión, es muy probable, que
se disparen los abusos, que se realicen toda una serie de detenciones y
acusaciones arbitrarias, motivadas por la venganza, por la envidia, por el
rencor, para sacar algún provecho, para tener el control. Derivando en una
fragmentación del tejido social, generando enojo ante los abusos, revueltas.
Aunque nos suene distante lo anterior, de hecho, en algunos países y poblados
se sigue implementando estas mezclas aún.
Ahora bien, la mejor forma de apoyar o
desacreditar una ley, idealmente, tendría que ser con datos, con información
robusta, no con ideas sesgadas de la religión.
Ni Danforth, Parris, Hale, Hathorne,
son buenos jueces, según mi percepción, ya que más que juzgar hechos, bases
solidas, datos duros, se valen de interpretaciones de ideas, de confesiones sin
sustento, de acusaciones truqueadas, visiones sesgadas, de la religión, para
“resolver” los casos. Más que brindar justicia, en pocas palabras, son
ejecutores.
Hay que tener en cuenta que Parris
llora porque en el fondo de su mente, de su ser, sabe que sobre su cabeza hay
sangre de inocentes derramada. La culpa vuelve una y otra vez para recordárselo
y atormentarlo. Sin olvidar, claro, que a raíz de lo anterior dicho, su vida
corre peligro, ya que varias personas lo señalan como uno de los ejecutores. El
miedo es capaz de destruirte lentamente.
Con respecto al porqué Proctor no
quiere firmar, tiene que ver con que al hacerlo, un hombre que es respetado en
el pueblo, estaría aceptando que los demás condenados son culpables, cuando él
sabe que son inocentes y que, muchos de ellos, fueron acusados por viejas
cuentas, para quedarse con sus terrenos, como venganza. Además de que al
firmar, por cierto, estaría legitimando el proceso arbitrario y sin sustento de
las ejecuciones, estaría dándoles la razón a los ejecutores.
Las brujas de Salem
El texto que leímos en esta ocasión
retrata la forma en que las personas, las sociedades, los grupos de poder,
suelen realizar acusaciones y detenciones arbitrarias, movidas por la venganza,
el rencor, la intolerancia, el racismo, el clasismo, el odio, por ser
diferentes, para callar. Y como ante tales circunstancias las personas, muchas
que se autodenominan buenas, se aprovechan para sacar ventaja o, simplemente,
callan ante tales abusos.
Asimismo, la obra, en el fondo, retrata
como las personas se mueven en el mundo, mundo de tiempos cambiantes y de
arenas movedizas, utilizando mascaras de acuerdo a la situación. Ante los demás
se muestran como seres rectos, elevados, virtuosos, pero cuando nadie los ve,
los conoce, cuando se presta la ocasión, sacan a relucir su parte más visceral,
su parte más negativa, su parte más obscura. Por ello, quizá, cuando alguien
proclama la frase “somos más los buenos” suelo reírme amargamente, porque sé
que es una mentira, porque he visto, porque conozco nuestra naturaleza.
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