Cornejo Breille murió
encerrado entre las paredes del Arzobispado, por el delito de quererse marchar
a Francia conociendo todos los secretos del rey, todos los secretos de la
ciudad. De nada sirvió que algunas personas imploraran por su vida.
Henri se sentía
rodeado por fuerzas oscuras. Las personas que habían clamado su nombre a su
llegada, ahora estaban llenos de rencor, al recordar las cosechas perdidas, el
trabajo forzoso, el hambre, los golpes, los familiares muertos. Sospechaba que
en alguna vivienda habría una imagen suya con alfileres o un cuchillo encajados
en el corazón.
Durante la misa de
Asunción, Henri es presa de una alucinación. En ella, el arzobispo Cornejo se
le aparece, el mismo que había emparedado, sin dientes, sin expresión, sin boca
ni labios. Esto ocasiona que Henri se paralice de miedo, y por tanto, no pueda
mover articulación alguna durante un tiempo. Por ello, es sacado de la iglesia
en brazos de sus oficiales, mascullando amenazas y maldiciones a todos los
vecinos de Limonade.
Después del episodio
que se dio en la iglesia, la salud del rey fue decayendo, se sentía débil. Las
personas supieron enseguida, que era la oportunidad que habían estado esperando,
y decidieron darle caza y derrocarlo.
Los tambores
anunciaban su final, él mismo lo sabía. Todavía podía escapar a la Ciudadela,
una fortaleza, única en el mundo, pero muy grande para un solo hombre. Siempre
se imagino resistiendo en aquella fortaleza, rodeado de un gran número de
personas, el monarca nunca se imagino solo. Su pueblo le daba la espalda al
igual que el vudú. Ante aquella situación, el rey prefirió el suicidio, morir
por elección propia.
Solimán había
contraído el paludismo de los pantanos Pontinos. La enfermedad se había ido
incubando lentamente, hasta desatar una fiebre propia de las infecciones, que
lo había hecho alucinar.
Solimán le pide a
Papá Legba, que le permita regresar a Santo Domingo, pues él cree que la
alucinación fue una señal de los inspirados de allá, a la vez temidos y
reverenciados por los campesinos, porque se entendían mejor que nadie con los
amos de los cementerios. Pero su Dios se encontraba en Dahomey y, no lo
escucho. De espaldas a todos, hablando en susurros, Solimán murió.
Ti Noel se ve a sí
mismo como el nuevo mesías, aquel que tiene como misión guiar los pasos de su
pueblo hacia la liberación, tanto espiritual como física. Por ello, pronunciaba
discursos llenos de adivinanzas y de promesas. Dictaba órdenes al viento. Pero
eran órdenes de un gobierno apacible, no buscaba amenazar su libertad, como lo
hicieran los blancos y los negros.
Ti Noel hacía
ministro a cualquier transeúnte, general a cualquier cortador de yerbas,
otorgaba baronías, regalaba guirnaldas, bendecía a niñas, imponía flores por
los servicios prestados.
Pero llegaron los
Agrimensores a todas partes y, todo acabo. Montados en sus borricos todos los
campesinos huyeron al monte. Sabían que la esclavitud, disfrazada de trabajo
obligatorio, había vuelto.
Ti Noel buscaba que
sus acciones no se parecieran a las de los esclavistas; buscaba crear una nueva
forma de gobierno, en el que las personas fueran libres de hacer lo que les
pareciera, de expresar lo que sintieran y, en donde ninguno impusiera su visión
al otro, al contrario, quería que la sociedad se autorregulara a sí misma, sin
la necesidad de un rey, un capataz, un esclavista, o un gobernador. Sin
embargo, creo que le falto una buena dosis de realidad, y no lo digo por las
personas que lo rodeaban, sino por las personas que siempre están buscando el
poder.
El poder siempre está
buscando que seamos como él quiere que seamos, que compremos ropa de acuerdo a
la moda que él dicta, que nos expresemos como él quiere, que nos alimentemos de
lo que él vende, que tengamos estándares de lo que es bello y hermoso, incluso busca
que amemos y odiemos a su manera.
Ante la idea de ser
esclavo una vez más, Ti Noel decidió dejar la vestimenta de humano, que solía
venir acompañada de tanta miseria, para vestirse ahora de una gran cantidad de
disfraces, que la naturaleza le tenía reservados. Fue así como se transformó en
ave, garañón, y hasta en hormiga.
En una ocasión trató
de formar parte de un clan de gansos, ya que los consideraba animales
inteligentes, de orden, de fundamento y sistema, cuya existencia era ajena a
todo sometimiento de individuos a individuos de la misma especie. Pero sólo
halló desprecio y hostilidad. Entendió que el clan formaba parte de una
comunidad completamente aristocrática, que se cerraba a todo individuo que
fuera de otra casta.
Para Ti Noel, aquel
rechazo, le había sido impuesto por la cobardía de dejar su cuerpo humano y
huir, en lugar de luchar por la liberación, una vez más, de su pueblo.
Motivado por un
instante de lucidez, el anciano se subió a una mesa y profirió una declaratoria
de guerra contra los nuevos amos. Pero el viento proveniente de un huracán, no
lo dejo terminar, simplemente se lo llevó para dejarlo reposar sin vida en las
espesuras de Bois Caimán, a la espera de que un buitre se alimentará de su
cuerpo.
Durante mucho tiempo
se ha tenido la idea de que hace falta un líder, un caudillo, un
revolucionario, que guie el camino de las personas, que les brinde esperanza,
que les prometa que ahora si las cosas van a cambiar. Es precisamente en donde
está el error, porque la historia tiene ejemplos por doquier, en donde, al paso
del tiempo, el líder, caudillo o revolucionario, de ser un libertador pasa a
ser un opresor más, un esclavista, una persona que se vende a los intereses del
poder. Un hombre o mujer no puede cambiar el rumbo de un país, pues se necesita
de todas las personas que forman parte de él, para empezar a crear una base que
permita que las cosas cambien. Teniendo siempre en mente, que todos somos
diferentes, que tenemos diferentes visiones, pero que podemos trabajar juntos,
siempre respetando a los “otros y otras”.
Reflexión.
Dentro de la novela
El Reino de este mundo, hay una reflexión muy buena sobre la condición
humana. Sobre nuestra constante búsqueda
de ser mejores personas, de dejar algo para las futuras generaciones. Si bien,
la novela se centra en la constante esclavitud de los personajes, también toca
temas sobre la exclusión racial, la pobreza intelectual y económica, y el
misticismo que gira en torno a la religión de un pueblo. Un pueblo que ha
aguantado de todo, y que debería estar en el suelo, pero no lo está, como
muchos otros, que forman parte del tercer mundo.
Por último, quiero
compartirles la reflexión que tiene Ti Noel en sus últimos instantes de vida.
Se sintió viejo de siglos incontables. Un cansancio cósmico,
de planeta cargado de piedras, caía sobre sus hombros descarnados por tantos
golpes, sudores y rebeldías. Ti Noel había gastado su herencia y, a pesar de
haber llegado a la última miseria, dejaba la misma herencia recibida. Era un
cuerpo de carne transcurrida. Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe
para quien padece y espera. Padece, espera y trabaja para gentes que nunca
conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que
tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más
allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está
precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el reino de
los cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía
establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite.
Por ello, agobiado de penas y tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de
amar en medio de plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima
medida en el Reino de este mundo.