Su
familia, sus conocidos, sus sirvientes y los médicos, comenzaron a portarse de
manera grosera, indiferente, de enojo, de hastío, con Iván porque, en el fondo,
primero, no había entre ellos lazos afectivos fuertes, segundo, el carácter de
éste no ayudaba mucho, tercero, la vida seguía para cada uno de ellos, ellos
tenían salud, cuarto, es difícil cargar con la responsabilidad de cuidar a un
enfermo crónico, por cierto, durante tres meses.
Ahora, la relación no siempre fue
así, ya que mientras Iván tenía salud, era eficaz en el trabajo y podía valerse
por sí mismo, la gente cercana a él se mostraba tolerante, alegre, interesada.
Iván deseaba que lo compadecieran
como a un niño enfermo; que lo acariciasen, que le animasen, que le abrazasen.
Nadie le compadecía. No obstante, Guerassim era el único que no mentía. Se
notaba en su actuar. Él, a propósito, realmente compadecía a su sentenciado
señor. Por ello nuestro personaje principal se vuelve tan cercano de éste.
En
un inicio, vale la pena decir, Iván consideraba que había vivido una vida buena y agradable, pero a
medida que avanzaba su enfermedad, el dolor, y, además, ponía en perspectiva
ésta, se dio cuenta de que al comparar la niñez y el presente, menos
importantes eran las alegrías, más efímera era la felicidad.
Todo
comenzó a torcerse a partir de la Escuela de Derecho. Aún allí había
camaradería, esperanzas, alegría. Pero a medida que transcurrían los días, los
buenos momentos se iban tornando escasos, raros, efímeros. Las cosas buenas
iban siempre en disminución.
La
relación de Iván con sus compañeros de trabajo es un tanto superficial, de
cumplir ciertas normas sociales, nada más. Entre ellos no se da una autentica
camaradería, por lo visto, en donde se creen lazos afectivos fuertes, de confianza, de amistad.
Su relación es tan débil que, de hecho, mientras él se encuentra moribundo, sus
compañeros están deseosos de que muera para reacomodarse en el Servicio.
Bien, considero que es muy probable
que el escenario en el que está envuelto Iván, en realidad, sea posible trasladarlo a la vida común, ya
que, primero, hay personas que al llegar a su etapa final de vida, se dan
cuenta, poniéndose en perspectiva, que realmente fueron muertos vivientes,
segundo, hay personas que viven en una soledad avasalladora; la soledad no
tiene que ver con tener o no personas a tu entorno, tiene que ver más, a propósito, con una parte interna, de desconocimiento de uno mismo, de no haber
alimentado a tu ser.
Creo que, sin duda, debieron de
haber personas que realmente quisieron a Iván, que sintieron un afecto honesto,
sin mascaras, pero los humanos somos volubles con nuestros sentimientos;
podemos amar y odiar a la vez a la misma persona, sólo faltan pequeños
detalles, en ocasiones, para extrapolar nuestro sentir.
Lo interesante de leer sobre la
agonía de un hombre, tiene que ver con el hecho de entrever el comportamiento y
las preguntas que tenemos las personas al divisar el abismo de la muerte. Es
una obviedad decir que vamos a morir porque de sobra lo sabemos. Pero somos la
única especie en este planeta que puede ver su ocaso, y esto nos genera cierta
incertidumbre, por ello hay una gran invención de ideas al respecto. Lo cierto
es que al divisar el destino que nos aguarda, al mirarnos en el otro, de hecho,
podemos recomponer el camino, vivir de diferente manera, no caer en la rutina,
en el ser autómata.
La muerte de Iván Ilich
Definitivamente, coincido con la
opinión de varias compañeras con respecto a la lectura de este mes, de que al observar
desde otro plano cómo se desarrolla la historia te permite reflexionar sobre lo
que allí acontece, pero sobre todo, sobre tu vida. La historia te hace cuestionarte
si en realidad has llevado una vida buena y agradable, o si sólo te has mentido
todo este tiempo, como sucede muy a menudo; claro, hasta que te encuentras al borde de la muerte
y te das cuenta que tus proyectos se desviaron, como le sucedió a Iván Ilich,
y, entonces, desearías comenzar otra vez.