El retrato hecho por el autor de
Hernán Cortés, me parece que es similar al del lobo disfrazado de oveja, es
decir, es un tanto engañoso. Pues basta con “ver” las acciones del
evangelizador de los paganos, de aquellos que adoran a los dioses sangrientos y
falsos, para descubrir que el conquistador y el evangelizador siguen el mismo
camino. Esto es parecido a lo que ocurre con el perfil psicológico de un
policía y de un ladrón, ya que ambos son similares, la cuestión es elegir el
bando, muchas veces difuso, verdad.
Asimismo, me puedo imaginar al
evangelizador diciendo: “os traigo la palabra del señor que es paz y amor, pero
no me provoquéis porque puedo arrasar con un poblado y con todos sus hombres,
mujeres, niños y ancianos”.
Considero que lo que le ocurre a
Xóchitl con respecto a adoptar la fe católica es, por un lado desea dejar atrás
cosas que le molestan o que no aprueba de la religión y la cosmovisión de sus
antepasados, y por el otro quiere darle gusto a su salvador, pues éste le
habló, muy seguramente, de una religión en donde todo es paz y amor, aja.
En el fondo, creo que tanto Alonso
como Ixcauatzin son crédulos, pues basta con ver cómo se comportan para darse
cuenta de que no sopesan, cuestionan, critican, todo el bagaje de cosas que les
dijeron, y, por ende, se forman una idea propia de lo que acontece y les rodea.
En Alonso siempre está presente la idea de que sirve al señor, que una mano
invisible le traza y le guía en su camino, y por ello es valido matar. Mientras
que en Ixcauatzin aun siguen tan fuertes y firmes las ideas religiosas con las
cuales lo adoctrinaron, y no parece que vaya a cambiar. Ahora, la verdad es que
pondría en duda si son inocentes, por consiguiente, libres de maldad, pues las
personas tenemos un lado oscuro, salvaje, que si se dan las condiciones y
circunstancias, lo sacamos, y ejemplos hay de sobra.
Con respecto a que el autor hace énfasis
en las costumbres de un pueblo y omite los del otro, creo que se puede
vislumbrar que trata de separar a ambos mundos, cual si fueran bandos, por un
lado están los buenos, superiores en pensamiento y armas y tácticas militares,
dioses y, por supuesto, los civilizadores, mientras que por el otro, los
salvajes y sanguinarios, inferiores, supersticiosos, alaban a los falsos
dioses. Con esto, de alguna manera, busca legitimar la conquista y sus
consecuencias, pues desde su punto de vista (del escritor) los europeos, los
hombres de Quetzalcóatl, traían progreso y bienestar. En pocas palabras, no
está siendo objetivo.
Da la impresión al leer que muchas
personas consideraban a los españoles como dioses, por su color de ojos,
azules, el color de su pelo, amarillo, y por el tono claro de su piel. Pero,
unos pocos sospechaban que, en el fondo, eran humanos mortales.
Sin duda que la novela retrata a
los pueblos originarios como personas que son intelectualmente inferiores,
salvajes, supersticiosos, sanguinarios. Sin embargo hay evidencia, de la poca
que no destruyeron los españoles, de que había cosas buenas en los pueblos
originarios, pensamiento abstracto, poesía, que choca con la visión del libro.