Para empezar, los miembros del jurado que
consideran culpable al susodicho, los once, empiezan a tener sus dudas, por
cierto, cuando el número ocho, quien
tiene sus dudas con respecto a la culpabilidad del joven, les da ciertos puntos
que amplían el panorama para el análisis, como la navaja, los posibles errores
en la apreciación de los sonidos y las imágenes, el tiempo.
Acerca de quiénes son “ellos”, son
personas que viven en guetos, en la periferia, sin educación, diferentes, con
carencias, sin oportunidades, sin servicios, pobres, negros, quizá.
Vale la pena decir que alguien con
prejuicios, como los que deja entrever el jurado número diez, en el fondo, es
casi imposible que sea imparcial al juzgar al chaval, ya que éstos siempre
acompañarán, empañarán, nublarán, su
decisión.
Dicho lo anterior, dudo que haya personas
sin prejuicios, hasta las mentes más inteligentes han cometido tremendas
cagadas, no obstante, sin duda que debe haber personas que utilizando la razón
traten de controlarlos, desmenuzarlos, romperlos, tener un buen control de
daños.
Todos los miembros del jurado, de una u
otra forma, en mayor o menor medida, tienen cierta parcialidad al analizar el
caso, como cualquier persona, ya sea por
sus experiencias, lo que han vivido, lo que les ha marcado, lo que les han
transmitido, lo que sienten.
Y es que la objetividad de las personas,
de los humanos, hay quienes apuntan, investigaciones, aunque no de manera absoluta,
que todas al ver, oír, entender, juzgar, investigar, pensar, lo hacemos desde
nuestra subjetividad, nuestra visión, nuestra parcialidad. Por ello se
desarrolló un método para tratar de mitigar dichos sesgos, y que permitiera
entender, ver, analizar desde una perspectiva más amplia, “objetiva”.
En la historia, en el fondo, las
relaciones padre e hijo son importantes porque éstas van a permitir visualizar,
tratar de entender, desde la experiencia propia de cada jurado, lo que sucedió,
lo que sucederá, en la relación del “asesino” y su víctima. Así, uno
comprenderá que un muchacho marcado por la violencia toda su vida, merece otra
opción, no la muerte, mientras que otro,
de hecho, no visualizara nada de malo en aplicar la violencia para corregir a
un hijo, hacerlo “hombre”.
Quizá
el anonimato para la obra es importante porque, simbólicamente, representa a
aquellas personas con capuchas (anónimos), verdugos, surgidas principalmente en la edad
media, que tenían la vida de los
condenados en sus manos, al igual que los jurados.
Considero
que el texto se llama Doce hombres enojados, ante todo, porque las personas que participaron en la
deliberación del juicio, de hecho,
parten de ese sentimiento para tomar su decisión; unos no pueden creer
que un hijo mate a su padre, que haya tal pérdida de valores, que tipos así
queden en libertad, mientras que otro no puede creer que se tome tan a la
ligera una vida humana, con pruebas tan débiles.
Hay que
destacar que para poder tomar una decisión con respecto al caso, primero, tendría
que tener pruebas claras que incriminaran o que absolvieran al acusado, no
solamente apreciaciones de memorias falibles, segundo, ver el lugar, los
alrededores, escuchar a los testigos, ver el lenguaje corporal, leer el
expediente.
Doce hombres enojados
El texto que leímos en está ocasión, aunque es muy corto, logra sumergirte
en una atmósfera de conflicto, de justicia sesgada, de cierto desinterés por
analizar los hechos, en donde, por cierto, se tomara la decisión, cual
verdugos, de mandar o no a un hombre a la silla eléctrica.
Ahora, no sé si a ustedes les paso pero a mí me dio mucha rabia, fui uno
más de los enojados, al percibir que los jurados no cuestionaban los hechos,
las pruebas, que estaban más interesados en ir a un partido, en comer, en
beber, en no trabajar, en irse a sus casas. Y es que vivir en un país con índices
de impunidad altos, no es sencillo.