sábado, 6 de agosto de 2016

La despedida



Permanecemos un instante en silencio. Cae la noche, distingo apenas la mancha pálida de su rostro. Su vestido negro se confunde con la oscuridad que llena la habitación. Mecánicamente tomo la taza donde queda todavía un poco de té y la llevo a los labios. El té está frio. Me dan ganas de fumar, pero no me atrevo. Tengo la penosa impresión de qué ya no tenemos nada que decirnos. Todavía ayer pensaba preguntarle tantas cosas: ¿dónde había estado, qué había hecho, a quién había conocido? Pero esto me interesaba únicamente en la medida en que Anny se hubiera entregado con toda el alma. Ahora perdí la curiosidad: todos los países, todas las ciudades por las que ha pasado, todos los hombres que la han cortejado y que quizá ella ha amado, todo eso no le importa, todo eso le resulta en el fondo indiferente: pequeños resplandores de sol en la superficie de un mar oscuro y frio. Anny está frente a mí, hacía cuatro años que no nos veíamos, y no tenemos nada que decirnos (La náusea, Jean Paul Sartre).  

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