Si bien en Iquitos había una gran
cantidad de prostitutas disponibles para satisfacer sexualmente a los hombres,
claro, a cambio de un poco de plata (el pago no era alto, ya que había
intermediarios), y, además, el clima influía en el comportamiento de las
mujeres para con los hombres, entiéndase, señales “desvergonzadas”. ¿Por qué
los hombres asaltaron la embarcación del Eva, cual piratas amazónicos, si había
mujeres disponibles? Ah, la razón tiene que ver con lo prohibido. Cuando algo
se nos veda, de inmediato, nuestro cerebro focaliza todo nuestro interés en el
objeto, persona, animal, que se yo, y le da un valor alto, un plus, valor agregado – como se dice hoy
en día-, a diferencia de, por supuesto, a lo que se puede acceder. Por tanto,
las visitadoras al ser denegadas a los civiles, ser exclusivas del ejército, adquirieron
un valor alto. De ahí que los hombres sintieran mayor atracción hacia las
visitadoras, como polilla a pantalla de teléfono.
Con respecto al funeral militar que
organizo Pantaleón, me sorprendió un poco que el capitán desobedeciera la orden
de presentarse siempre como civil, nunca como perteneciente al ejército, ya que
poseía una obsesión con el deber militar y con otras cosas, que rayaban en algo
patológico. Como cuando colgó un letrero en su casa para recordar/evitar que se
siguiera hablando sobre el niño crucificado. Morí de risa.
Asimismo, el que Pantaleón haya
decidido realizar un funeral militar a Olga, en el fondo, tiene que ver con
tres puntos, primero, trataba de levantar la moral de sus subordinadas ante tal
acontecimiento, segundo, sin duda, sentía algo por ella, tercero, sentía que
tenía el deber de darle tal ceremonia, posteriormente, entierro, a alguien que
sirvió a su país, a las fuerzas armadas del Perú.
Acerca del servicio de visitadoras,
considero que sólo sirvió para parchar
el problema, una solución provisional, no obstante, no ataco, acabo, con el
problema de raíz. Un problema que yace en lo profundo de cada cultura-sociedad.
Según la psiquiatra y profesora
turca Sahika Yuksel, un hombre no viola a una mujer así como así. Saben que es
inapropiado, así que lo hacen en secreto, lejos de los ojos de los demás. La
violación no es un acto sexual. La violación es una agresión, está relacionada
con la voluntad de ganar. Trata de hacerse con el control de un objeto –la
mujer se convierte en un objeto-, trata del poder.
Así pues, creo que de ninguna
manera la población doble moral, hipócrita, cuidadora de las buenas costumbres,
defensora de la ética (ajá), hubiese permitido que oficio tan estigmatizado,
lleno de estereotipos, prejuicios, fuese aceptado.
Pan-Pan no quiso desertar del
ejército, entrar en la vida civil, porque, de entrada, viene de una tradición
militar, y, además, como él mismo lo
dice: “yo necesito tener jefes. Si no tuviera no sabría que hacer, el mundo se
me vendría abajo”. Por ende, o seguía en el ejercito, o, muy probablemente,
acabaría con una bala en la cabeza.
Una vez que el ejército decide
terminar con el servicio de las visitadoras, cuya misión fue encomendada a
Pantaleón, y por la cual lo abandona su esposa, Pochita, por las habladurías,
por lo sucio, pecaminoso, inmoral, etc. A Panta le asignan otra misión en las
cordilleras de los Andes, situación que cambia el status de éste, ya que no
tiene que seguir con aquel trabajo “sucio”. Esto hace que Pochita decida darle
otra oportunidad y regresar con él, porque, además, considera que su esposo
sólo seguía órdenes del ejército.
Pantaleón y las visitadoras
Pantaleón
y las visitadoras es un texto en el que se puede encontrar una crítica al ejército,
en primera instancia, institución que se supone debe ser ejemplar para el país,
pero que en la práctica deja mucho que desear.
También
podemos hallar una apreciación de diversos problemas que se encuentran dentro
de la mayoría de las sociedades como la falta de oportunidades, de acceso a la
educación, pobreza, que orillan a las mujeres a prostituirse (así lo plantea la
historia), y que, además, se ven envueltas en condiciones peligrosas para
ejercer su oficio. La sociedad las orilla a ejercer la prostitución, luego las
señala. Además, tenemos a hombres que ante los “buenos” ciudadanos desprecian a
las prostitutas, llamándolas mujeres inmorales, sucias, pecadoras, “malas, pero
que son asiduos proxenetas. Hasta el capellán,
mojigato, que tanto despreciaba y despotricaba contra éstas, a propósito,
sucumbe ante tales placeres. Sin olvidar el fanatismo sectario, por cierto, y
no menos importante, lastre de cualquier sociedad, el cual alienta a tomar
medidas ante el inevitable apocalipsis que se avecina – siempre hay nuevas
fechas-, esto clavando animales y
personas en cruces. ¿No es ridículo?
Para
finalizar, la historia que se desarrolla en Iquitos, Perú, hace algunos ayeres,
bien se podría aplicar a otros países en la actualidad (incluido el nuestro).
Sólo cambian algunas variables.
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