viernes, 22 de abril de 2016

Tercera sesión de Diccionario de nombres propios



Es indudable que cuando leemos un texto, una historia, la magnitud de los acontecimientos que suceden allí, en muchas ocasiones, adquieren otro significado o los vemos de diferente forma a como lo haríamos en la vida real. Por ejemplo, hay una escena en el libro Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, que en su momento me pareció muy cómica, y que dice así: "Cuando se restableció la calma, no quedaba en el pueblo uno solo de los falsos beduinos, y quedaron tendidos en la plaza, entre muertos y heridos, nueve payasos, cuatro colombinas, diecisiete reyes de baraja, un diablo, tres músicos, dos Pares de Francia y tres emperatrices japonesas". Ahora, si sucediera en la vida real, creo que no me causaría la misma impresión.

Hace unos años leí un texto que se llama Juventud Caníbal: Antología del horror extremo, donde se puede encontrar una historia que se llama El ruido de Stefano Massaron, en la cual se pueden encontrar a niños siniestros. Diría que bastante siniestros.

Considero que Plectrude tiene algo de siniestro en su personalidad, pues siente una atracción muy fuerte por personajes oscuros (es su reina), la tragedia y la muerte, que en las personas puede despertar cierto miedo hacia ella. Sin embargo en la escala de siniestres, que consta de cinco estrellas, le doy una y media.

La razón por la que a Plectrude la adolescencia le parece algo detestable se debe, principalmente, a que considera que junto con ella vienen desgarres, malestares, acné, menstruaciones, sujetadores y otras atrocidades.

Hay tres cuestiones por las que Plectrude decide calificar para el internado de ballet, la primera se debe a que no le interesa ir a la escuela, la segunda, considera que las actitudes de su amado hacia ella, son humillantes, la tercera, quiere ser una gran bailarina.

Hay un serie de argumentos, los cuales surgen en un discurso que dan los profesores, que hacen que Plectrude no abandone el internado de ballet. Es el siguiente:


Para bailar hay que merecerlo. Bailar, bailar sobre un escenario y delante de público, incluso sin escenario, bailar es el colmo de la embriaguez. Una alegría tan profunda justifica los sacrificios más crueles. La educación que os damos aquí tiende a presentar la danza como lo que es: no un medio sino la recompensa. Sería inmoral permitir bailar a las alumnas que no se lo han ganado. Ocho horas diarias de barra y un régimen de hambruna sólo les parecerá duro a aquellas que no tienen auténticos deseos de bailar. Así pues, ¡las que todavía quieran marcharse pueden marcharse!  
Nadie más se marchó.

En otras palabras, comprendió la frase que solía utilizar su madre: "Azotar al perro delante del lobo".



  

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