jueves, 21 de enero de 2016

Tercera sesión de Orgullo y prejuicio



Catherine es importante en la novela porque es la viva representación de la aristocracia. Ella encarna  si no todas, la mayoría de las actitudes, manías, vicisitudes de dicha clase con los demás. Si bien la escritora nos muestra diferentes personajes de alcurnia a lo largo de la historia, no profundiza en su “verdadero” comportamiento ni en el modo de pensar. Pero en el caso de Catherine, Jane, nos muestra la forma de pensar y de ser de la mayoría de dicha clase, como que no estaban acostumbrados a que le llevasen la contraria, siempre hablaban de sí mismos, les incomodaba que los hicieran esperar, les recordaban su rango a los demás –muy sutilmente en ocasiones-, eran autoritarios, le gustaba el poder, tenían lame botas para ensanchar su ego, etc.

Ahora bien, la diferencia más marcada, importante, es que Darcy hace un esfuerzo por cambiar todas las ideas que ha venido arrastrando desde la infancia; las cuestiona. Mientras que Catherine se siente a gusto tal y como están las cosas. Ella da por hecho y cierto todo lo que le dijeron sobre su posición, en consecuencia, ni siquiera hace el intento por tratar de cambiar dichos pensamientos y forma de actuar. Quizá se deba a que cuando se está en una posición de poder, la cual es beneficiosa para uno,  lo mejor es no pensar mucho sobre ello. 

Cuando una persona siente estima por un amigo o un familiar, lo que menos quiere es que se lastime de manera emocional o física, por ello en ocasiones se ve movido a querer intervenir. No obstante, uno tiene que dejar que las personas tomen sus propias decisiones. Me parece que cada quien debe ser responsable de lo que hace, para bien o para mal.

Bingley se precipito al hacerle caso a su amigo, sin siquiera estar muy seguro de lo dicho. Esto deja entrever lo fácilmente influenciable que es. Porque en ocasiones las personas pueden tener una visión un poco distorsionada de las cosas, ya que los sentidos no son infalibles. Imagínense si todos nos dejamos llevar por nuestras percepciones, en muchas ocasiones falsas, cuantas cosas dejaríamos de hacer.

La experiencia que he adquirido a lo largo de los años en cuestiones de intervenir o dar algún consejo a un amigo o familiar con respecto a las relaciones interpersonales, es que casi siempre las personas terminan haciendo lo que les da la gana. Lo mejor es dejar que las personas hagan lo creen conveniente.

En la historia la mayoría de las personas se casan porque hay dinero de por medio, porque es bien parecido/a, porque es su meta mayor, etc., pero pocos lo hacen porque quieren construir una relación de pareja fuerte, o porque en verdad hay atracción entre ambos, o porque les preocupe su felicidad. A Elizabeth las primeras cuestiones no le interesan, pero eso no quiere decir que no desee casarse algún día si encuentra a un hombre que le interese, no impuesto, como con Collins. Es más en la página 126 dice lo siguiente:


No necesitaba más que saber hasta qué punto deseaba que aquella felicidad dependiera de ella, y hasta qué punto redundaría en la felicidad de ambos que emplease el poder que imaginaba poseer aún de inducirle a renovar su proposición.

Los rumores pueden llegar a ejercer algún tipo de control en la sociedad. Un claro ejemplos se dio cuando ocurrió el desastre nuclear en Chernóbil, pues las autoridades empezaron a esparcir rumores de que todo aquello lo habían ocasionado los enemigos del socialismo, que nos se preocuparan porque todo estaba bien, y que la persona que dijera lo contrario era un enemigo del pueblo, que vencerían al final, etc. Cuando la realidad era muy diferente.

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