El inicio del libro me
pareció muy bueno, e interesante. El autor nos muestra lo maravillosa y hermosa
que resulta la naturaleza, a primera vista, con sus paisajes estupendos, con
sus magníficos animales, sus colores, retratos dignos de ser guardados en
nuestra memoria. No obstante, también nos muestra un mundo que nos aterra, que
resulta violento, y en ocasiones incomprensible. Sí, la naturaleza tiene dos
caras. El águila que surca los cielos con su esplendida aerodinámica, estupendo
plumaje, y que nos parece magnifica. También es capaz de dejar que sus
polluelos peleen por los recursos hasta que uno de los dos muera. Es asombroso
y aterrador, observar, como un polluelo ataca a su hermano en repetidas
ocasiones hasta matarlo o expulsarlo del nido, mientras que los padres solamente los observan. O, descubrir que la misma fuerza que crea organismos asombrosos,
los destruye con una violencia y eficacia sorprendente.
Para hablar de entidades en
África, se ha generalizado el concepto
de tribu. Hay grupos que no entran dentro de esta definición, sin embargo, se
les denomina así. El definir a centenares de grupos socio-políticos como
tribus, les resta importancia, y
justifica la intervención del colonizador, quien a lo largo de la historia se
ha creído el civilizador de los “salvajes”. Si revisamos la historia, encontraremos
que ha sido contada por los colonizadores, son ellos los que han definido al
mundo y a los personas que viven y vivieron en el. Por ejemplo, en nuestro
país, conceptos como “indio” e “indígena”, muy utilizados para definir a la población
original, son definiciones de los europeos. La población original de México no
tuvo la oportunidad de definirse, hasta ahora, cuando los pueblos originarios
levantan la voz para ser escuchados.
Cuando surgió el primer
brote del virus en 1976, los científicos desconocían muchas cosas sobre este
asesino de humanos, incluso confundían sus síntomas con las de otras
enfermedades. Además, no contaban con la ciencia y tecnología con la que
contamos hoy en día para realizar un diagnostico eficaz. Sin embargo, con el paso de los años, se han ido develando
algunos de sus secretos, que nos han permitido comprender mejor su
funcionamiento. Una vez teniendo información de 38 años, se pueden saber los
alcances del virus, y alertar a la población.
La experimentación con
animales nos ha permitido descubrir y entender muchos procesos, que de otra
manera no hubiésemos podido. También ha generado un gran cumulo de información,
que se ha utilizado para combatir a las distintas enfermedades que aquejan a
las personas.
En la actualidad contamos
con un nivel alto, tanto en ciencia como en tecnología, sin embargo, aún no se
ha podido replicar un modelo artificial que reproduzca todas las variables genéticas.
No obstante, se han empezado a utilizar métodos
de investigación alternativos, como los cultivos celulares, modelos virtuales o
tejidos (in vitro). Quizá no es algo significativo, pero se puede ver un
avance. Además, empiezan a surgir normas que protegen a los animales. Ahora bien, tal vez falte mucho por hacer y
erradicar la experimentación animal, pero los primeros pasos ya se están dando.
Los seres humanos somos
seres que nos contradecimos. Podemos decir que estamos en contra de la
experimentación con animales pero exterminamos a miles de hormigas con insecticida;
podemos decir que defendemos a los animales porque no tienen voz, y no
defendemos a los miles de animales humanos que son invisibles para el sistema. ¿Cuánto
especies marinas mueren por la contaminación que vierten las mineras? Minerales
que utilizamos cotidianamente, en nuestras computadoras, celulares, televisores
y demás productos ¿Cuántas hectáreas de selva son devastadas para sembrar palma
de coco o alimentos? También mueren animales. ¿Cuántos animales han muerto por
la contaminación de nuestros autos? ¿Cuantos animales mueren por nuestro
impacto?
El 90% de los animales con los que se hacen
pruebas, son roedores, de los que se matamos por invadir nuestro hogar. Por cierto,
nunca he visto alguna campaña que aborde la adopción de ratas. Ante ello, les
comparto un poema de José Emilio Pacheco, como homenaje:
Rattus norvegicus
Dichosa
con el miedo que provoca, la rata parda de Noruega
(nacida
en Tacubaya y plural habitante
de
nuestro barrio más bien pobre), en vez de ocultarse
observa
con ojillos iracundos las tristes armas
-escobas,
palos, cacofónica avena venenosa-
que
no podrán con su astucia.
Sentada
en su desnuda cola y en la boca del túnel
que
perforó para ganar la calle o la casa según convenga,
la
rata obesa de exquisita pelambre, la malhechora
que
se come el cereal del pobre, la muy canalla
que
devora recién nacidos arrojados a los baldíos,
parece
interrogarme: “¿Soy peor que tú?”,
con
sus bigotes erizados la oronda en tensión suprema.
“También
tengo hambre y me gusta aparearme y no
me
consultaron antes de hacerme rata y soy más fuerte
(comparativamente)
y más lista. ¿Puedes negarlo?
Además
las ratas somos mayoría: por cada uno de ustedes
hay
cinco de nosotras. En esta tierra
las
ratas somos los nativos; ustedes
los
indeseables inmigrantes. Tan sólo vean
la
pocilga y el campo de torturas que han hecho
de
este planeta compartido. El mundo
será
algún día de las ratas. Ustedes
robarán
en nuestras bodegas,
vivirán
perseguidos en las cloacas.”
El
gato interrumpió el monólogo silente
y
de un salto de tigre cayó sobre la rata y la hizo
un
cúmulo de horror y sangre y carne palpitante.
El autor utiliza lenguaje
militar, porque, en cierta forma se libra un enfrentamiento con los patógenos.
Ellos tienen una forma de atacar a sus huéspedes, y nosotros una forma de
hacerles frente. Nuestro cuerpo tiene a sus células que pelean y lo defienden,
en ocasiones pierden y en otras ganan. Basta
con ver un documental de nuestro sistema inmunológico para descubrir los mecanismos
con los que contamos, comparables con cualquier ejército.
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