El hombre de los muchos libros
Hace unos días termine de leer el libro Fabulario de Hermann Hesse, que es una
compilación de historias escritas en las primeras décadas del siglo XX. Entre
todas ellas hubo una que me maravilló, y se llama El hombre de los muchos libros.
En la historia se nos narra la vida de un hombre, que
ha pasado gran parte de su existencia
apartado del exterior porque tiene miedo, para él es mejor refugiarse en
los libros. En su casa, la mayor parte del espacio estaba ocupado por volúmenes,
aquella persona apenas y mantenía contacto con las personas.
La totalidad de sus libros eran de la época antigua,
de sabios y poetas griegos y latinos, pues los consideraba excelentes, y no
llegaba a comprender porque los seres
humanos habían abandonado el curso de aquella senda para dar en tantos errores
y malos entendidos. Para aquel hombre, en lo que se relacionara con la
literatura y el saber, ya los antiguos habían realizado lo mejor. Si bien los
seres humanos habían realizado algunos progresos, éstos se relacionan con
asuntos que no lo conmovían, es más le parecían superficiales y de algún modo
innecesarios. Tales progresos se referían a la creación de máquinas, armas y a
la reducción de lo vivo a lo muerto, a la transformación de la naturaleza en un
número o en dinero.
Pero todo su mundo empezó a cambiar el día en que vio
la representación de un drama de Shakespeare que, naturalmente él conocía, por
haberlo estudiado en la escuela, como muchos de nosotros. Tomó asiento en el
teatro, sintiéndose molesto por estar en medio de tanta gente, pues en su
interior la detestaba. No tardó en darse cuenta que los actores actuaban
medianamente, pero había una fuerza, un encanto, una irradiación en aquella
representación, que lo embriago. Salió del teatro aturdido, y apenas llegando a
su casa, se puso a leer las obras completas de Shakespeare. Pasó algunos días
sumido en un éxtasis, y comprendió que se había abierto un nuevo trozo de mundo.
Por primera vez el mundo de aquel hombre quedo
quebrado, pues el viento de afuera había penetrado su serenidad clásica.
Entusiasmado por lo maravilloso de aquel poeta, decidió leer a otros. Sin
embargo, no le gustaron, ya que le parecía que los temas que tocaban eran
insignificantes, y hasta en cierto punto banales.
Aun así, no abandono su búsqueda de nuevas
experiencias literarias del alma. No tardó en encontrar un libro de un noruego
llamado Hamsun. Aquel hombre no configuraba algún mundo humano, como
Shakespeare, sino que la mayoría de las veces hablaba de sí mismo.
Tiempo después, se topó con un libro llamado Anna
Karenina, y más tarde conoció los poemas de Richard Dehmel. No tardó mucho
en llegar a los libros de Dostoievski. Entregado a las lecturas lloro y paso
varias noches sin dormir. Fue así como desecho varios de sus antiguos libros.
Un día, al atardecer, se sintió cansado de leer, los parpado le pesaban y le
empezaban a doler los ojos; no, ya no era joven como alguna vez lo fue, ese
pensamiento lo hizo meditar en una serie de cuestiones propias de nuestra existencia.
Tiempo atrás había leído en una de sus estanterías, una frase que decía Conócete a ti mismo. Fue entonces que se
percató que él no se conocía. Pero por sus libros había vislumbrado un poco de
su ser; había sido héroe, bandido, sabio, cruel, justo, había llorado, había
amado, había matado. Su interior había sentido placer en la angustia y lo
detestable, en lo prohibido.
Las reflexiones que tuvo en aquel momento no lo condujeron a ningún lugar.
Y, pronto se entregó de nuevo a sus apasionadas lecturas. Fue así como conoció
las historias excitantes de Oscar Wilde; se perdió en las búsquedas escépticas
de Flaubert, conoció los poemas de jóvenes, que predicaban la rebelión y la
anarquía. Una vez que termino de leer tales escritos, comprendió que también
esos autores tenían cierta razón, pues todo aquello de lo que hablaban estaba
presente en el ser humano. Y, de nada servía pretender maquillar el sangriento
caos que era la vida.
Después de leer tanto, sucedió un relajamiento y cansancio. Aquel hombre empezó
a sentir que ningún libro le hablaba de cosas nuevas, vigorosas y que sobre
todo fuera capaz de excitarlo. Se sentía enfermo, viejo y defraudado. Una noche
mientras dormía, soñó que estaba muy atareado levantando un muro con todos los
libros que había leído en su vida. El muro crecía incesantemente, él mismo no
alcazaba a ver nada más que libros; el motivo de su existencia consistía en levantar un edificio con todos
los libros del mundo. Pero, de pronto el edificio comenzó a tambalearse. Algunos libros cayeron, dejando pasar un
enorme caos, figuras e imágenes, vida y muerte, amor y odio, hombres, mujeres,
sangre y vino. Entonces se despertó, un frio recorría todo su cuerpo, de
repente lo comprendió todo.
Durante mucho tiempo se había engañado. Pues detrás de aquella inmensa
pared de libros que había levantado, estaba la vida, en donde los corazones ardían,
las pasiones se desataban, corría la sangre y el vino, había amor y crimen, y
nada de todo aquello le había pertenecido, nada había sido suyo, nada había
tomado con sus manos, nada sino sombras y papel, en los libros.
Hola Marco.
ResponderEliminarRealmente interesante este libro, lo conseguiré a la brevedad. Me encantó tu artículo, no solo por la reseña, tu crónica me gusta.
Un saludo y nos seguimos leyendo.
Isabel