Vilela desconecta el
proyector. Enciende la luz de la sala. Se levanta. Abre una gaveta de la mesa.
Coge un revólver. Dos caballitos plateados grabados en la empuñadura y otro
sobre el acero, con un trazo fino, casi invisible, a la izquierda de la culata.
38 especial CTG Cobra. En la mira, vestigios de herrumbre. Las estrías del cañón
están bien. Recuerdos entremezclados: el suelo de tierra apisonada… olor de
hierba… sudor… un rostro espantado que huye. Vilela aprieta en la mano el
objeto negro y duro, sus dedos buscan una posición fácil, cierta y mortífera,
estira el brazo y durante unos segundos mira un blanco al frente. Mi brazo es
todo esto, hueso músculo sangre máquina oscura pieza única. Mi brazo acromegálico…
No es tan bueno como tu mano protonotaria…
En el coche, pone un casete de
Mozart. Soy varias personas, nadie es solo uno, pero pocos afrontan esa realidad,
se permiten ser una corporación de muchos. Estamos todos en el coche, uno escucha
música, otro carga un revólver con balas de doble carga. También hay un tercero
que siente pena por sí mismo. Todos, yo y yo… Y todavía este otro, que no es el
último, mira un rostro gastado en el espejo del coche…
(Fonseca, R (2012). El caso Morel.)
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