jueves, 16 de marzo de 2017

Tercera sesión de El banquete



El discernimiento utilizado para meter dentro de la historia a un embajador –culto según la época- y a un cocinero, según el síndrome de Zuckerman que padezco, el cual se caracteriza por atribuir elementos de la vida del autor a la historia, tiene que ver con que, por un lado, los cocineros son sumamente admirados por el narrador ya que es un fanático de la gastronomía, por el otro, necesitaba aun personaje influyente y con cierta cultura y avispado  que se moviera con libertad y con contactos dentro del entorno en donde corren los rumores.  

Los dos detectives han llegado a la conclusión, debido a las habladurías que han logrado escuchar, y no de hechos concretos, de que cuatro sospechosos son en potencia el asesino serial, sin embargo, creo que, casi siempre, hay alguien que escapa al radar, alguien que no es evidente. Por ejemplo, primero, me llama la atención que el asesino se comporte con cierta culpa, compasión por su victima, casi casi como si se disculpara, dos, las victimas muestran señales de estar en un trance, en un encantamiento, seducidos, tres, los muertos conocían y confiaban en su asesino, cuatro, las escenas montadas con los cuerpos están diseñadas para atraer la atención y decir: “estoy limpiando el camino para perpetrarme en el poder”. Si El Moro quisiese eliminar amenazas, por cierto, lo haría de manera menos obvia.

Considero que la escena de los esclavos y las prostitutas, en el fondo, es espantosa y desgraciada, ya que se da en un ambiente en decadencia, desigualdad de condiciones, de explotación y privaciones. A los esclavos apenas y se les alimentaba, por lo que estaban en los huesos, se les azotaba por cualquier cosa, si se enfermaban, muerte, si se equivocaban, muerte, si se revelaban, muerte, vivían encadenados entre mierda y piojos y orines y vómitos y olores desagradables, basta decir que no les pagaban, extrañaban a sus familias y sus lugares de origen; ni que decir de las prostitutas que, a diferencia de Melita, ya estaban en el ocaso de sus vidas, proporcionando una visión grotesca. 

Maese Stefano charla con sus camaradas de distintos temas, vale la pena decir,  en un lugar en el que se siente seguro, en la cocina-sótano. Desde allí puede tener controlado todo a su alrededor, desde flancos hasta el personal, porque lo conoce de sobra, gobierna sobre aquel lugar.

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