viernes, 17 de octubre de 2014

Segunda Sesión La caverna de las ideas.




En el texto que estamos leyendo, podemos encontrar dos detectives. El primero de ellos es Héracles Pontor, quien está en busca de pruebas o pistas, que aclaren la muerte de un efebo llamado Trámaco. Y el segundo, es el traductor, el cual cree que existen claves o mensajes secretos en el texto de La caverna de las ideas. Pero, si ponemos atención, nos daremos cuenta de que el verdadero detective es el traductor, pues es él quien está leyendo y analizando la copia que hizo Montalo, de un pergamino desgastado (La caverna de las ideas), para traducirlo. Si bien, en un inicio pareciera que la historia se centra en una muerte y cómo se investiga, conforme avanza la misma, nos damos cuenta de que la historia principal gira en torno a la traducción, que derivara en la reinterpretación de la obra, en donde aparece Héracles Pontor. El traductor está convencido de que a Montalo, se le escaparon algunas cosas, incluso nos las deja ver en las anotaciones que nos va mostrando conforme vamos leyendo.

Sin embargo, creo que nosotros podríamos ser también considerados detectives, pues de igual manera, estamos en busca de pistas para responder las preguntas de las sesiones. Además, de una u otra forma reinterpretaremos el texto, tal y como lo hace el traductor.

Las mujeres que aparecen en el texto, hasta ahora, han tenido poca participación dentro de la trama. No obstante, Yasintra y Helena, me parece, serán fundamentales. Pues, una posee información que no ha querido revelar, mientras que otra, aporta puntos de vista al traductor, que funcionan como contrapeso.

No comparto el punto  de vista de Diágoras, pues considero que hay  personas que no son lo que nosotros hemos construido alrededor de ellas, o como nos gustaría que fueran. Diágoras, por ejemplo, creía que su alumno  Trámaco, era virtuoso, porque el lo había visto a través de sus ojos, además de que su belleza física así lo indicaba. Pero, ¿que pasó a raíz de su muerte? Pues que fue descubriendo cosas que le incomodaban, que rompían la imagen que él había ido construyendo alrededor de su alumno, y que cuestionaban conceptos que tenía muy presentes.

Sin duda, se puede fingir ser bueno, ya sea por un castigo divino o por un castigo social. En el mundo hay ejemplos de sobra. Tal es el caso de las personas que ante la sociedad tienen un comportamiento ejemplar, en cambio, en su casa o cuando nadie los conoce, se transforman. Los políticos conservadores que luchan a capa y espada porque se respeten los valores tradicionales, no obstante, en otra faceta de su vida, los hacen a un lado. O, las televisoras, que promueven campañas de concientización social, que ellas pasan por alto.  También tenemos a las personas que creen en determinada religión, y que son “buenas personas”, no por convicción, sino porque hay una consecuencia, la no entrada a un lugar prometido o por el miedo a sufrir en lugares catastróficos.

Cuando una persona ayuda porque está amenazada, se me hace algo muy artificial, frio. No está ayudando a otro humano o ser viviente por convicción propia, sino por miedo. Por el contrario, cuando alguien ayuda por gusto propio, me parece que la ayuda es más genuina, pues no espera un castigo o un premio.

El cambio en la historia me pareció muy interesante, pues en cierta forma estamos descifrando las acciones y pensamientos de los personajes, lo que nos convierte en el interprete o el traductor, según Crántor. 

Hace unos meses leí Cartas cruzadas del escritor Markus Zusak. En algunos capítulos, el personaje principal “conversaba” con el lector, le pedía opiniones, sugerencias, lo hacía confidente.





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